Durante semanas de duro y meticuloso trabajo se escondieron micrófonos por todo el centro: habitaciones, salones, comedores… todo estaba controlado. Los prisioneros nazis disfrutaban de total libertad dentro del centro y además eran muy bien tratados. La comida era de calidad y todas las comodidades posibles estaban a su disposición: música, libros, cine… todo preparado y listo para que los nazis se sintieran como en casa, o mejor.
Como es lógico, no todos los prisioneros podían optar a dicho nivel de hospitalidad. Se habían trazado con detalle los perfiles que podrían ir allí y, además, se intentaba capturar a dichos perfiles para llevarlos a aquellas instalaciones: generales, comandantes de división, führers de brigada, altos cargos de las SS… Estos prisioneros no serían interrogados ni maltratados en búsqueda de información, la estrategia era otra.
Lo que se pretendía era que todos estos alemanes, sintiéndose cómodos y tranquilos, hablaran entre ellos sobre la guerra, los planes alemanes, los mandos… mientras los micrófonos que había en el centro recogían todos estos comentarios y los ponían al servicio del MI6. Para cerrar el círculo, se solía entregar información falsa a los prisioneros a través de ediciones especiales de periódicos, para conseguir que conversaran y “soltaran la lengua” motivados por malas noticias o por temas concretos.
Al servicio de Su Majestad, de Gordon Thomas
Soldados del III Reich: Testimonios de lucha, muerte y crimen, de Sonke Neitzel y Garald Welzer
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