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jueves, 5 de julio de 2012

68 años con una bala pegada al corazón

Theo Francos vivió 98 años, los últimos 68 con una bala alojada en el tórax, a escasos milímetros del corazón, que le dispararon en la Segunda Guerra Mundial, en Holanda, ante un pelotón de fusilamiento.  
“Oí el comienzo del tableteo de las metralletas y me dejé caer. Todo se volvió negro. Entonces se produjo el milagro. La bala que debía haberme tocado el corazón fue amortiguada y desviada por una insignia metálica de paracaidista que llevaba en el uniforme. Gravemente herido, caí en la fosa con mis compañeros muertos. Los alemanes no nos remataron ni nos cubrieron de tierra y cal, sino que decidieron dejarlo para el día siguiente. Segundo milagro. Antes de su llegada, al alba, se produjo el tercer milagro. Una pareja de campesinos holandeses pasó por delante de la fosa para empezar su jornada de trabajo en el campo. Eran de la Resistencia. Sorprendidos, descubrieron la carnicería y observando los cuerpos vieron que uno entre ellos se movía todavía un poco. Era yo”.
Aquella pareja lo escondió y cuidó hasta que se recuperó. Francos nunca quiso sacarse la bala. Le dio miedo. Cada tres meses pasaba una revisión para comprobar que no se había movido. Solía decir que su vitalidad le venía del metal que aquel proyectil le iba administrando a la sangre. 


Hijo de emigrantes españoles, con 22 años llegó a Madrid para luchar en la Guerra Civil en el bando republicano. Se unió al quinto regimiento, con otros franceses y también belgas. Su primera acción fue la defensa del puerto de Somosierra, para cerrar el paso al general Mola.
Posteriormente, se unió a la XI Brigada Internacional, donde fue comisario político. Fue destinado a la defensa de la Ciudad Universitaria de Madrid. Allí le hirieron por primera vez, en un brazo, por metralla de una granada. 

“Fue un combate terrible, cuerpo a cuerpo, edificio por edificio, escalera por escalera. Tirabas un tabique y te encontrabas con un moro de frente. El primero que tiraba era el que se salvaba. Pasamos mucho miedo”.

Soldados republicanos manejan una ametralladora en la Ciudad Universitaria
Ya recuperado, volvió al frente en el río Jarama, donde murieron miles de brigadistas. Atravesó a nado el río para recoger a un compañero, un pianista americano al que una granada había arrancado un brazo. Ambos se reencontraron en 1986. Con su única mano, el brigadista al que había salvado la vida tocó El paso del Ebro.

Después vino la Batalla de Brunete, la de Belchite, Teruel, el Ebro... hasta que los brigadistas internacionales recibieron orden de retirarse. Pero Theo no quiso marcharse. Se unió a la 65ª Brigada de choque del Ejército republicano, y en marzo de 1939 terminó en el puerto de Alicante, la gran ratonera donde los perdedores de la guerra esperaban unos barcos extranjeros que nunca llegaron para evacuarles. Allí presenció los suicidios de compañeros que prefirieron quitarse la vida antes de caer prisioneros. A él lo enviaron a la cárcel de Portacelli, donde fue torturado, y después al campo de concentración de Miranda de Ebro del que se fugó y fue capturado de nuevo varias veces. En 1940, gracias a la Cruz Roja, fue liberado. Pensaba que volvía a casa a descansar, pero volvía a otra guerra.
 
Radiografía del tórax donde se ve la bala
El 21 de junio de 1940 embarcó rumbo a Inglaterra para ingresar en la escuela de paracaidismo de Manchester. En 1942, le enviaron a Libia, donde tuvo que rematar a su mejor amigo, herido por una ráfaga de metralleta.
El 15 de septiembre de 1944 se lanzó en paracaídas sobre Arnhem, en Holanda, con otros 36 hombres. Cayeron prisioneros. Les llevaron a una fosa y dispararon. Esa es la bala que aún conservaba en el tórax. Todos le dieron por muerto.

Tumba a un soldado desconocido en Arhem
Para saber más:
El País

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