La Segunda Guerra Mundial todavía esconde secretos. El Ejército estadounidense y el australiano prefirieron no divulgar
algunas atrocidades japonesas al final del conflicto: el canibalismo y el uso
de prisioneros de guerra como “ganado humano”, que eran mantenidos con
vida solo para ser asesinados de uno en uno con el objetivo de ser
devorados. Esta salvajada formó parte de “una estrategia militar sistemática y
organizada”.
Las autoridades aliadas, por temor al horror que
esto podría causar en las familias de aquellos que murieron en campos de
prisioneros, decidieron ocultar los hechos totalmente. Oficialmente, por ese motivo, el canibalismo
no formó parte de los delitos juzgados en el Tribunal de Crímenes de Guerra de Tokio de 1946.
Los relatos de las atrocidades que sufrieron muchos prisioneros a manos de los japoneses fueron censurados para evitar que se produjese una espiral de venganzas. De los 132.134 prisioneros de Japón, murieron 35.756, un 27%. Los relatos describen todo tipo de crueldades contra prisioneros de guerra aliados, desde vivisecciones sin anestesia hasta palizas mortales o ejecuciones a bayonetazos, además de trabajos forzados. Sin embargo, el canibalismo organizado va más allá de lo imaginable.
No fueron casos aislados: existió un patrón similar en todas las guarniciones de China y el Pacífico que se quedaron sin suministros por la Marina estadounidense.
No existen datos sobre el número de prisioneros que pudieron sufrir esa suerte, aunque sí que la mayoría de los casos ocurrieron al final del conflicto, en Nueva Guinea y Borneo. Las víctimas fueron locales y soldados papuenses, australianos, estadounidenses y prisioneros indios, que se negaron a combatir con los japoneses.
Los informes lo dejan muy claro: No fueron incidentes aislados perpetrados por individuos o pequeños grupos en condiciones extremas.
Estos hechos no son comparables a los casos de canibalismo que se produjeron en circunstancias extremas en el sitio de Leningrado, donde 600.000
personas murieron de hambre o a manos de prisioneros rusos que no
recibían ningún tipo de alimentos. Esto es algo muy diferente, una nueva vuelta de tuerca en el
horror infinito de la Segunda Guerra Mundial.
Para saber más:
Némesis: La derrota de Japón 1944-1945, de Max Hasting
La Segunda Guerra Mundial, de Antony Beevor
El País
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