
El edificio del Cable Alemán (Deutsch Atlantische Telegraphengesellschaft) y el del Cable Inglés en la calle Velázquez Moreno compartían tabique y ambas firmas acabaron por abrir un par de ventanillas en él para pasarse los telegramas que la una o la otra debían rebotar al mundo desde este puerto atlántico. El cableado submarino de la Alemania nazi, inferior en extensión, calidad y seguridad al inglés, no tenía línea hasta Japón, y precisaba de los servicios de la nación que se perfilaba como enemiga para comunicarse con su inminente aliada.
La comunicación se hacía siempre en clave, por medio de máquinas como la Enigma y la Lorenz, que dejaban irreconocible cualquier texto. Con el tiempo todos los servicios de espionaje se hicieron con alguna Enigma, pero para descifrar aquellos códigos secretos era imprescindible, además, apropiarse del libro de claves y saber cuál estaba en vigor.
Del Cable Inglés ya no queda mucho. Libros, muebles, puertas victorianas recicladas, una bandera, un cabo de cable que asoma entre las rocas en la costa de Alcabre con la bajamar, y un conserje, Serafín Otero, de 92 años.
Para saber más:
El País
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