Faltaba un año para que estallase la Segunda Guerra Mundial y la ciudad gallega de Vigo era un
confortable nido nazi.
Entre 1938 y 1939, el ministro de Asuntos
Exteriores del III Reich, Joachim von Ribbentrop, se reveló para los
trabajadores gallegos de la compañía de telégrafos británica como un ser
insaciable. Según Alberto Carballo, un empleado de la Eastern Telegraph
Company,“Cada día eran muchos los telegramas cursados en clave
secreta que enviaba Von Ribbentrop a sus colegas nipones el príncipe
Konoe y el general Hideki Tojo. Desde Hamburgo eran recepcionados aquí,
en Vigo, y por nuestras vías del Cable Inglés eran retransmitidos por
escalas sucesivas hasta Japón”.
El edificio
del Cable
Alemán (Deutsch Atlantische Telegraphengesellschaft) y el del Cable Inglés en la calle Velázquez Moreno compartían tabique y ambas firmas acabaron por abrir un par de ventanillas en él para pasarse
los telegramas que la una o la otra debían rebotar al mundo desde este
puerto atlántico. El cableado submarino de la Alemania nazi, inferior en
extensión, calidad y seguridad al inglés, no tenía línea hasta Japón, y
precisaba de los servicios de la nación que se perfilaba como enemiga
para comunicarse con su inminente aliada.
La comunicación se hacía siempre en clave, por medio de máquinas como la Enigma y la
Lorenz, que dejaban irreconocible cualquier texto. Con el tiempo todos
los servicios de espionaje se hicieron con alguna Enigma, pero para
descifrar aquellos códigos secretos era imprescindible, además,
apropiarse del libro de claves y saber cuál estaba en vigor.
Del Cable Inglés ya no queda mucho. Libros, muebles,
puertas victorianas recicladas, una bandera, un cabo de cable que asoma
entre las rocas en la costa de Alcabre con la bajamar, y un conserje, Serafín Otero, de 92 años.
Para saber más:
El País
No hay comentarios:
Publicar un comentario