Mucho se ha escrito sobre las singulares relaciones que Hitler tuvo con las mujeres. Tanto individual como colectivamente, éstas se solían sentir atraídas por el Führer del III Reich.
Su voz, su mirada y sus modales actuaban como un cóctel que las sugestionaba. Sin embargo en privado hacía comentarios despectivos a las mujeres por no decir misóginos.
El Führer era consciente de la atracción que ejercía sobre las féminas, y la cultivaba con mucho gusto.
A las mujeres maduras las solía hablar de la devoción que sintió por su madre. A las jóvenes las agasajaba con regalos. Y a las alemanas en general les ofrecía su soltería por la patria alemana.
De cualquier modo, siempre las acabó utilizando como trampolín para alcanzar sus objetivos, tal es el caso de Leni Riefenstahl, que dirigió las películas de propaganda El triunfo de la voluntad (1935) y Olimpiada (1938).
Aunque le gustaba rodearse de distinguidas y bellas mujeres, en realidad muy pocas dejaron huella en Hitler.
Tan solo tres de ellas tuvieron auténtica significación para el, su madre Klara Pölzl, su sobrina Geli Raubal y la que el último día de su vida fue su esposa, Eva Braun. Este hecho ha llevado a algunos historiadores a considerarlo desde ser homosexual hasta un seductor. No parece que fuera ninguna de las dos cosas. Tan solo, su vida era la política y todo se reducía a ella.
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