
El discurso político de Hitler produjo, sobre todo, terror contra la propia ciudadanía alemana, con el fin de evitar la desintegración del orden impuesto y de movilizar para la guerra a los pocos que aún quedaban (niños y ancianos). Este terror queda reflejado en una muestra, casi medieval, de las consecuencias de no someterse a las leyes y normas nacionalsocialistas o las de sus propios líderes, como era colgar a las personas con carteles en los que se decía "colgado por cobarde", "colgado por derrotista" o "fusilado según la ley marcial", según una orden dada por Heinrich Himmler, en abril de 1945, "El que saquee será fusilado de inmediato" y llevada hasta el paroxismo por sus temidas y crueles SS.
Con el terror contra la propia población y la negativa a capitular, Hitler asumió conscientemente la muerte de innumerables personas y la destrucción total de Alemania. Pero no todos cumplieron la orden del Führer de resistir hasta la aniquilación. Mientras que el comandante de Breslavia obligó a la ciudad a defenderse y quedo totalmente destruida, la localidad de Greifswald se rindió sin ofrecer resistencia quedando prácticamente intacta.
Los alemanes se hallaban en estos últimos días de la guerra en una tensión permanente entre la destrucción y el terror, la desorientación, el caos y el miedo ante el futuro, todo acrecentado por la propaganda del régimen.
Para saber más:
Berlín. La caída 1945, de Anthony Beevor
Auge y caída del Tercer Reich, de William L. Shirer
Topographie
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