El 8 de mayo de 1945, terminó la Segunda Guerra Mundial en Europa, pero el infierno para su población no había acabado. Millones de personas fueron arrojadas de sus hogares y alejados de sus familias. Vagaban por las ciudades y carreteras. Miles de ellos eran niños huérfanos y separados de sus padres.
Un número significativo de niños separados de sus padres fueron los llamados "niños de la guerra" civil española, que también tuvieron que vivir la guerra mundial. Muchos de ellos no pudieron volver a España hasta que llegó la democracia en 1975.
En el verano de 1945, solo Berlín tenía más de 50.000 niños que sobrevivían en las calles y vivían en sótanos y alcantarillas, entre ellos antiguos niños soldado obligados a servir como soldados en la defensa de Berlín. No fue hasta mediados de 1947 que los aliados, por medio de la Administración de Naciones Unidas para Ayuda y Rehabilitación (UNRRA), en colaboración con la Cruz Roja Internacional, intentaron reunir a los refugiados, especialmente a niños, que se encontraban esparcidos por toda Europa. Se habilitaron centros de reunión, sobre todo, en Alemania y Austria, reutilizando antiguas instalaciones militares y campos de concentración. Y, paradójicamente, los primeros inquilinos de esas instalaciones fueron los niños judíos, supervivientes del holocausto, volvían a estar detrás de las alambradas que los habían humillado y exterminado.
En los centros de reunificación se crearon escuelas con maestros hebreos procedentes de Estados Unidos e Israel. Tambien se formaron grupos de entretenimiento integrado por antiguos actores y se fomentaron conjuntos de música juveniles. Lo más importante era ayudar a los niños independientemente de su religión y enseñarles a olvidar para construir una nueva vida. Muchos habían sido criados en el régimen autoritario del III Reich, en medio de verdades y odios absolutos. Tras la guerra el mundo que conocían ya no existía. Los horrores de seis años de guerra los habían convertido en adultos prematuros. La gran mayoría de los huérfanos y desaparecidos por la guerra y el exterminio sufrían depresión, ansiedad y baja autoestima, y en casos extremos tenían comportamientos suicidas.
La UNRRA, a través de la Agencia Central de Búsqueda preparó emisiones de radio, avisos en periódicos; y carteles y avisos en lugares públicos, listas de los niños supervivientes y donde se encontraban. Hasta en los cines, donde antes se mostraban los documentales de propaganda, ahora se proyectaban imágenes y datos de los niños perdidos.
Muchos niños, por su corta edad, no recordaban a sus padres y desconocían sus orígenes. La única familia que habían conocido eran sus compañeros de la calle. Miles de padres supervivientes peregrinaban desesperados de un centro a otro con la esperanza de encontrar a sus hijos. Pero, tras las deportaciones realizadas por los nazis por toda Europa era muy complicado, podían pasar meses, e incluso años, sin que el reencuentro familiar se produjera. Los servicios de localización y los registros de supervivientes estaban desbordados. Muchos niños fueron acogidos por personas que se apiadaron de ellos. Pero cuando aparecían sus padres o familiares, que los reclamaban, sus familias de acogida no querían devolverlos y los tribunales tuvieron que intervenir, incluso cuando era el mismo niño el que no quería dejar a sus padres de acogida. Muchas de estas familias ocultaron la identidad de esos niños por miedo a que se los quitasen.
Los que peor suerte tuvieron, seguían viviendo en las calles y los edificios destruidos, formando en muchos casos, bandas para auto protegerse de las redes que los querían utilizar en el mercado negro, para venderlos, incluso a sus propios padres, obligarlos a mendigar o incluso utilizarlos en redes de prostitución infantil. Muchos de estos niños desaparecieron sin dejar rastro.
Otros casos sangrantes fueron los hijos de relaciones de confraternización entre mujeres y soldados de ocupación que vieron como sus madres eran maltratadas, humilladas y apartadas de la sociedad; y ellos repudiados por ser hijos (aunque muchos de ellos no lo eran) de los opresores nazis. Por este motivo muchos niños y sus madres fueron expulsados de sus casas y obligados a emigrar a otros lugares donde no los conocieran. Los mismos problemas sufrieron muchos de los niños del programa Lebensborn, cuyo objetivo era expandir la raza aria y que contaba con hogares de maternidad y administraba orfanatos y programas para dar en adopción a los niños de aspecto ario. Algunos de ellos fueron a parar a España en 1946.
Desde 1947 la UNRRA fue cediendo sus competencias a la Organización Internacional para los Refugiados y cinco años después el trabajo de reunificación de los niños y sus familias se dio por finalizado, cerrándose casi todos los centros de acogida. Pero aún quedarían muchos casos sin resolver.
Para saber más:
El País
Continente salvaje, de Keith Lowe
Se desataron todos los infiernos, de Max Hastings
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