En 1919 ya había acabado la Primera Guerra Mundial, el
Tratado de Versalles había dejado a
Italia ultrajada al no verse complacida en sus pretensiones expansionistas a costa los derrotados y por otra parte el país se encontraba en crisis. En ese contexto, Mussolini, de origen socialista, fundó los “Fasci Italiani di Combattimento”, una organización que
usaba como emblema los fasces romanos, un haz de varas de metro y medio de longitud con un hacha en la parte alta.
El hacha personificaba la justicia y el haz de varas, la fuerza.
En
1921, tomando como base los Fasci Italiani di Combattimento, Mussolini creó el Partido Nacional Fascista, que en el mes de octubre se hizo con el poder, tras la
Marcha sobre Roma,
cuando el rey Víctor Manuel III nombró a Mussolini jefe de gobierno. Poco a poco Mussolini se fue apropiando de todos los poderes del estado,
convirtiéndose en dictador vitalicio, como ya lo hiciera dos mil años antes Julio César. Mussolini se presentaba como
el heredero de Augusto, adoptando el nombre de Duce (líder) como un antiguo césar.
Desde sus Fasci Italiani di Combattimento
instituyó como saludo fascista el saludo romano, que también asumieron los nazis alemanes y los falangistas españoles, llegando a ser un
saludo obligatorio en Italia. Para Mussolini, el Imperio Romano era una
forma suprema de civilización:“Roma es el corazón palpitante, el espíritu vivo de la Italia imperial que soñamos”, “solo los italianos pueden llamarse descendientes legítimos de Roma. Esto, que es un orgullo, no debe ser un orgullo pasivo”, afirmaciones claramente representadas en la propaganda del estado y resumido en el término “romanità”.
Para promover la romanità se creó el Instituto di Studi Romani, que presentaba al fascismo como la continuación natural del Imperio. En
1937 la institución
organizó la “Mostra Augustea de la Romanità” en el segundo milenario del nacimiento de Augusto. La exposición contaba la historia del Imperio mediante reconstrucciones que exaltaban su poder militar y la inmortalidad de la idea de la Roma imperial y su renacimiento en la Italia fascista, que ya fue proclamado por Mussolini el 9 de mayo de 1936.
El fascismo italiano se embarcó en
diferentes proyectos arqueológicos en la zona monumental de Roma, pero
con poco acierto, destruyendo en muchos casos importantes edificios medievales. Para Mussolini era muy importante la conservación y restauración de los monumentos que glorificaran la Roma de los cesares,
marginando y eliminando los restos de las épocas consideradas decadentes. En 1925 afirmó que:
En cinco años Roma debe parecer maravillosa a todo el mundo: vasta, ordenada, potente como fue en tiempos del Imperio de Augusto […]. Todo aquello que haya sido construido durante los siglos de decadencia debe desaparecer. […] Los monumentos milenarios de nuestra historia tienen que parecer gigantes en su necesaria soledad.
El vasto programa de reforma urbana
debía culminar en la Esposizione Universale de Roma en
1942, pero lo impidió la Segunda Guerra Mundial.
La ciudad
sufrió serias modificaciones urbanísticas como la creación de la Via dell´Impero y la Via del Mare arrasando con ello la colina de la Velia y los alrededores del Coliseo, solo para realizar desfiles y ceremonias emulando la antigua gloria de Roma. Otro ejemplo es el proyecto de Armando Brasini para aislar el Panteón de Roma. El proyecto formaba parte de la
“Via Mussolini”, una gran avenida que iría desde el Mausoleo de Augusto hasta el Coliseo y que derribaba la casi totalidad del centro de Roma para aislar los monumentos de la Antigüedad. También se ordenó construir
magnos edificios de inspiración clásica. Este proceso es aun visible en la actualidad, como es igualmente evidente en el resto de los gobiernos totalitarios del siglo XX, donde
el espacio urbano se convierte en escenario de ritos, coreografías y desfiles militares.
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Inauguración de la Via dell´Impero |
Con el fin de devolver a Italia el antiguo esplendor militar de Roma,
el Duce se embarcó en una política expansionista que comenzó con la ocupación de Etiopía en 1935.
En un discurso Il Duce dijo:
Esta es la época en la que es necesario sentir el orgullo de vivir y combatir. Roma es nuestro punto de partida y de referencia, es nuestro símbolo o si se quiere nuestro mito. Nosotros soñamos con la Italia romana, esto es, sabia y fuerte, disciplinada e imperial. Mucho de aquello que fue el espíritu imperial de Roma resurge en el fascismo: romanas son las fasces lictorias, romana es nuestra organización de combate, romano es nuestro orgullo y nuestro coraje.
En
1939 invadió Albania y pocos meses después lo intentó con Grecia. Debido a que el ejército italiano no estaba debidamente preparado para una campaña de esa magnitud y al contraataque griego apoyado por los británicos, los italianos tuvieron que retroceder abandonando gran parte de los territorios conquistados de Grecia y Albania. A finales de
1940 Hitler tuvo que acudir en rescate de su amigo Mussolini. Tras la derrota en
El Alamein el
esplendor imperial en el Mediterráneo que quería crear el Duce
resulto no ser más que un espejismo.
Cuando
los aliados invadieron Italia a mediados de 1943
el fin del añorado Nuevo Imperio Romano estaba definitivamente decidido. En julio, un golpe de estado expulsa a Mussolini del poder y es detenido. Tras pasar por diversos lugares, termina en el Gran Sasso donde fue rescatado por un grupo de paracaidistas alemanes enviados por Hitler y
creó una pantomima de república fascista en el norte de Italia, la República Social Italiana. Cuando los aliados se acercaban peligrosamente a Saló, donde estableció su república, decidió huir a la protección de Hitler. En su huida fue
capturado por partisanos y ejecutado junto con su amante, Clara Petacci y su cadáver expuesto vilmente en la marquesina dce una gasolinera de Milán. Su final no fue el de un César Imperator, como había deseado. De este terrible modo acabó el sueño de una nueva Roma Imperial en el siglo XX.
Para saber más:
Augusto y Mussolini: la presencia de la antigua Roma en la Roma fascista, de Samuel Amaral
La Italia imperial, ‘¿realidad de mañana?’: Roma y la ‘Romanità’ en los discursos de Benito Mussolini anteriores a la proclamación del Imperio (1915-1933), TFG de Fernando Rodríguez Martínez
Revista Diagonal
Roma Antiqua
El País
El Español