Autor invitado: Ireneu Castillo
Frederick Joubert Duquesne (1877-1956) era un sudafricano de origen boer (descendiente de los primeros colonizadores holandeses) que se había destacado a finales del siglo XIX por su lucha contra los británicos, en la guerra que estos dos colectivos mantuvieron por la supremacía de la que posteriormente sería la República de Sudáfrica. Duquesne, a raíz de este conflicto, perdió a su madre y a su hermana a manos del ejército británico, y ello le hizo coger una inquina tremenda a los ingleses, que llegó a convertir en su leit motif todo el resto de su vida. En la circunstancia de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo, Duquesne no dudó en colaborar con Alemania tanto en la Primera como en la Segunda Guerra Mundial con tal de tocar lo que no suena a británicos y todos sus aliados... y en esas estábamos.
En 1939, Duquesne se encontraba viviendo en Nueva York, donde ejercía de espía a jornada completa, pasando cuanta más información mejor a Hitler. Aunque EE.UU. no había entrado todavía en guerra, simplemente sería cuestión de tiempo que lo hiciera, por lo que ir por delante del aliado más poderoso de Gran Bretaña, nunca estaba de más. Su tarea principal era la de estar ojo avizor y con las orejas limpias para poder estar al caso de cualquier atisbo de novedad interesante. Aunque parezca mentira, una de sus fuentes principales era, ni más ni menos, que la propia prensa norteamericana.
En una de las ocasiones, Duquesne vio una noticia en el New York Times en la que se hablaba de una nueva máscara antigás que se estaba fabricando. La noticia era muy interesante para el espionaje alemán en tanto que se hablaba, también, de nuevos gases venenosos que la industria armamentística norteamericana estaba desarrollando. Duquesne, no se lo pensó dos veces y empezó sus pesquisas para conseguir más información al respecto, desplazándose hasta Aberdeen (Maryland), donde se encontraba el campo de pruebas de la Chemical Warfare Service (Servicio de Guerra Química, actual Chemical Corps) del Ejército de los Estados Unidos.
Una vez en el sitio, Duquesne llegó a la conclusión de que, debido al alto secreto de las instalaciones, introducirse en ellas era prácticamente imposible sin despertar sospechas, por lo que decidió volver a casa y buscar una alternativa. La información era de vital importancia para los generales alemanes, habida cuenta una más que probable utilización de esa nueva arma en territorio europeo, pero...¿cómo obtenerla? La solución la tenía delante mismo de sus narices: pidiéndola. Y la pidió.
Ni corto ni perezoso, Duquesne escribió una carta mecanografiada dirigida al director del Chemical Warfare Service en Washington DC en la que, presentándose como un "responsable escritor y conferenciante", solicitaba información detallada de dicha máscara de gas. Con total desfachatez, el espía no dudó en utilizar su nombre y dirección verdaderas para que se le remitiera la información solicitada. El colmo del cachondeo llegó en forma de nota escrita a mano en el pie de la carta, en la que Duquesne decía "No se preocupe si esta información es confidencial, porque estará en manos de un buen y patriota ciudadano". Como diríamos actualmente, "el puto amo".
El espía no confiaba en absoluto en que la cosa funcionara, por lo que no tenía demasiadas esperanzas puestas en el éxito de su ocurrencia. No obstante, se quedó de pasta de boniato cuando recibió en su domicilio absolutamente toda la información de la máscara de gas que había solicitado. Sorprendentemente, el Chemical Warfare Service había atendido escrupulosamente la solicitud de Duquesne y había proporcionado directamente al espía una valiosísima información de capital importancia para la Alemania de Hitler. Obvia decir que en menos de una semana, dicha información estaba sobre la mesa del Führer.
A estas alturas, aún nadie se explica cómo pudieron saltarse todos los protocolos de seguridad de una información confidencial como la de la máscara de gas y los nuevos gases desarrollados. Se especula que al confirmar la existencia física de esa persona en esa dirección, los servicios de seguridad bajaron la guardia habida cuenta que era complicado que un espía se presentara tan sinceramente y con tanta cara. Asimismo, hemos de recordar que EE.UU. no estaba aún en guerra, por lo que las restricciones y el control de la información no eran demasiado excepcionales, facilitando enormemente el trabajo del espía.
Con la entrada en la guerra de Estados Unidos todo cambió y, en 1941, Duquesne y 32 colaboradores a su cargo fueron detenidos por el FBI y sentenciados a diferentes penas de prisión por su actividad de espionaje. Sin embargo, el asunto de la máscara de gas dejó bien claro que, tanto en asuntos de espionaje como en la vida cotidiana, todos somos dueños de nuestros silencios y esclavos de nuestras palabras.
Ireneu Castillo es escritor, articulista y divulgador histórico, que con el blog Memento Mori! cuenta toda clase de curiosidades con un peculiar punto de vista.
Para saber más:
The Spy Who Spent the War in Bed: And Other Bizarre Tales from World War II, de William B. Breuer
Curioso y peculiar. Gracias por ensanchar de forma tan amena los conocimientos históricos y por abrir puertas a otros autores de blog.
ResponderEliminarEstupendo y generoso Juanjo, como siempre.
Abrazos infinitos,pero virtuales. Sigo en "dique seco".
Salud.
Muchas gracias Sonsoles.
EliminarCuídate mucho.
Besos y abrazos.
Interesantes y sabrosos los artículos del blog. Felicitaciones!
ResponderEliminarMuchísimas gracias. Bienvenido al blog.
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