Autor invitado: Rubén Montalbán López
Cuando pensamos en la brutalidad llevada a cabo durante la Segunda Guerra Mundial, todos tenemos en mente lo ocurrido en el
campo de exterminio de Auschwitz, con protagonistas tan sádicos como el “doctor” Josef Mengele y sus experimentos con humanos. Lo que quizás no sepamos, es que
los japoneses tampoco se quedaron cortos en esto de hacer experimentos
crueles con seres humanos. De eso, vamos a hablar hoy, de la Unidad 731.
Entre 1936 y 1945, los japoneses crearon una instalación, supuestamente departamento científico y de purificación de aguas, en la ciudad de Harbin, al norte de la China invadida por los nipones. En este lugar,
practicarían todo tipo de aberraciones utilizando prisioneros de guerra chinos (en su mayoría), aunque también rusos, coreanos, mongoles… Bajo esta falsa forma de planta purificadora de agua se distribuían más de 150 edificios, ocupando unos 6 kilómetros cuadrados. Se estima que cerca de
diez mil personas, fueron objeto de estos crueles experimentos.
Los experimentos humanos que llevaron a cabo consistían en infectar a los prisioneros con “simpáticos” virus letales como el cólera, la disentería, ántrax o tifus. Anotaban cómo los diferentes cuerpos reaccionaban a las enfermedades. Las operaciones quirúrgicas, extirpaciones de miembros o vivisecciones eran diarias.
Lo más cruel es que no solían utilizar anestesia, ya que creían que podría alterar los resultados. El fin último, era
crear nuevas armas biológicas y armas de destrucción masiva para utilizarlas en la contienda. El resultado de tales armas biológicas se cifra en decenas de miles de muertes, nada más que en
China. Por ejemplo, criaron pulgas infectadas de tifus, ántrax o peste bubónica en ratas para ser utilizadas contra el Ejército Rojo. Lanzaron desde aviones pulgas infectadas con la peste bubónica, o entregaron comida infectada con bacterias de cólera en varias provincias chinas.
Los prisioneros eran denominados “marutas”, en castellano “troncos”, ya que
no se les consideraban humanos al tratarse de enemigos, conspiradores o espías. Para los científicos que allí trabajaban
eran individuos que ya estaban muertos, simplemente, ahora morían por segunda vez; ejecutaban su sentencia de muerte. Por ejemplo, comunicaban en clave:
"Hemos cortado un tronco, luego dos troncos".
Pero no solo realizaron experimentos para desarrollar armas biológicas, sino que
realizaron todo tipo absurdos y sádicos "ensayos en humanos":
- Forzar a los prisioneros a inhalar gases tóxicos
- Abandonar a los prisioneros en medio del frío invierno para analizar las diferentes fases de la congelación y determinar los efectos de la putrefacción y la gangrena sobre la carne humana
- Amputar un miembro sano y dejar al prisionero desangrarse para precisar cuánta sangre podía perder un individuo antes de morir
- Irradiación a altas dosis de rayos X
- Inyección de aire en el flujo sanguíneo
- Privación de alimentos, agua y sueño para precisar el tiempo que aguantaba hasta morir
- Inyectar orina de caballo en el hígado (no sabemos con qué fin…)
- Uso de blancos humanos atados a postes para probar nuevas armas como granadas, lanzallamas, bombas convencionales o químicas…
- Vivisecciones sin anestesia a mujeres embarazadas para extraer los fetos o personas infectadas con diversas enfermedades para observar los efectos de la enfermedad en diferentes órganos…
Muchos de los
cadáveres de niños y adultos fueron guardados en las instalaciones conservados en formol… Imagínense la estampa.
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Shiro Ishii. El creador del Escuadrón 731 |
La persona al mando del Escuadrón 731 fue el militar Shiro Ishii, microbiólogo japonés y
obsesionado con el uso del armamento bacteriológico. Para él, la prohibición del uso de estas armas decretada en 1925 en la Convención de Ginebra, no era más que una oportunidad para realizar armas más eficaces de este tipo.
Con este argumento, convenció al
emperador Hirohito para recibir el visto bueno y la financiación que necesitaba para poner estas instalaciones en marcha: laboratorios, una línea de ferrocarril, una pista de aterrizaje, quirófanos, hornos crematorios, lugares de ocio para los soldados y hasta un templo sintoísta fue construido en el complejo.
Lo peor de lo que ocurrió es que, cuando finalizó la Guerra, Estados Unidos pasaría a tener el control de los archivos militares durante nueve años, pero
los detalles del Escuadrón 731 no salieron a la luz, por lo que militares y científicos de la instalación quedaron impunes e incluso tuvieron prósperas carreras públicas.
Al parecer, EEUU otorgó
inmunidad por crímenes de guerra a los médicos japoneses a cambio de la información recolectada en el programa, por eso, dichos crímenes se mantuvieron en secreto; tenían miedo de que dicha información cayera en manos de la URSS y se pudiera volver en su contra.
Solo la URSS
procesó a unos pocos implicados los llamados juicios sobre crímenes de guerra de Jabáravosk. Además, con los años, Estados Unidos ha ido desclasificando más de 1000 documentos de la Unidad 731.
No sería hasta décadas después,
en los 80 cuando brotaron los duros testimonios de supervivientes de este lugar. Los diferentes gobiernos implicados, comenzaron a recopilar información. E incluso, alguno de los médicos que trabajaba allí, confesaron las actuaciones que habían desarrollado, muchos justificándose en que solo cumplían órdenes.
En este contexto, en 1997 se presentó una demanda colectiva contra el Estado japonés por parte de 180 ciudadanos chinos (familiares y supervivientes), en la que pedían 84.000 dólares de compensación para cada uno. Sin embargo, la corte rechazó en 2002 el pago de reparaciones, aunque
era la primera vez que un tribunal japonés admitía la existencia de un programa de guerra biológica durante la Segunda Guerra Mundial. Aunque los demandantes apelaron al Supremo, en 2005 se rechazó, nuevamente, el pago de compensaciones económicas a las víctimas, aludiendo a que la ley internacional no permite que ciudadanos extranjeros exijan reparaciones al gobierno japonés por actos de guerra.
Lo que sí está claro, es que
la Unidad 731 existió y supone un oscuro capítulo de la historia de Japón que sigue hoy abierto. El artífice de tales atrocidades, Shiro Ishii, murió, tranquilamente, a los 67 años de edad en 1957. Por lo que no podemos decir que se haya hecho justicia.
No obstante, desde Japón, se siguen desarrollando esfuerzos para esclarecer lo ocurrido en estas instalaciones y revelar una cruda verdad que permanece oculta.
Hoy, más de 75 años después, seguimos sin saber con exactitud cuantas víctimas sufrieron las consecuencias de tales aberraciones.
Rubén Montalbán López es el director del proyecto
Khronos Historia. Graduado en Geografía e Historia por la Universidad de Jaén y Máster en Historia y Ciencias de la Antigüedad por la UCM y UAM.
Para saber más:
BBC
Segunda Guerra Mundial
Wikipedia