Los Estados Unidos produjeron tal cantidad de armas y pertrechos durante la Segunda Guerra Mundial que surtieron a su ejército y a todos los países Aliados mediante un plan conocido como Préstamo y Arriendo. Pero no desarrollaron una bomba convencional de alto poder explosivo.
Alemania disponía de las bombas volantes V-1 y el cohete V-2, además de desarrollar otras Wunderwaffe, con las que intentarían dar un vuelco a una guerra que parecía perdida. A la vez los británicos tenían sus bombarderos Lancaster con superbombas Tall Boy para atacar instalaciones altamente fortificadas en donde se protegían esas "armas milagrosas" alemanas, pero Estados Unidos no tenía una bomba de esas características.La estrategia de los estadounidenses era acabar con Alemania con millones de bombas convencionales, pero nunca desarrolló bombas convencionales de gran tamaño como la "Tall Boy" diseñada por los británicos.
Ante la necesidad de una bomba de alto poder explosivo se establecieron las Operaciones Afrodita y Anvil. Las Fuerzas Aéreas y la Armada de los Estados Unidos intentaron solucionarlo de forma creativa usando bombarderos Boeing B-17 Flying Fortress, el bombardero principal en el teatro europeo. Para ello se utilizarían los que no fueran aptos para misiones de bombardeos, reconvirtiéndolos en una especie de “superdrones” explosivos. También se utilizaron algunos Consolidated B-24 Liberator.
De los viejos bombarderos se eliminó todo lo considerado superfluo, sustituyéndolo con hasta 13.600 kilogramos de explosivos de alta potencia. El avión, volando sin tripulación, podía ser controlado por el tripulante de otro bombardero que volaba cerca, dirigiéndolo hacia el objetivo utilizando para ello la visión aportada por dos cámaras de TV.El proyecto de la "bomba B-17" parecía teóricamente muy factible, pero en la práctica había claros problemas. El primer problema surgía en el despegue. El B-17 no podía despegar por medio del control remoto, así que un piloto y un ingeniero de vuelo tenían que poner en el aire el aparato para poder conectarlo con el bombardero de control. Tras ello, los dos aviadores se lanzaban en paracaídas. Varios hombres murieron al saltar.
A pesar de los esfuerzos, el programa fue un fracaso, ya que de las 14 misiones de estas "bombas-dron", llevadas a cabo entre agosto de 1944 y enero de 1945, ninguna llegaron a alcanzar sus objetivos en las instalaciones de las Wunderwaffe alemanas, por culpa de las limitaciones de la tecnología de control de aquel entonces y del fuego antiaéreo de los flak alemanes.
Aún así, la fuerza aérea estadounidense fue la más grande y poderosa de la Segunda Guerra Mundial. Tan solo en Europa, perdieron más de 10.500 aviones, de los que 4.754 fueron B-17 Flying Fortress.
Aunque el proyecto fue un fracaso, en la década de 1950 se creó el 3205th Drone Group de la Fuerza Aérea para seguir trabajando con los B-17, utilizando otros aparatos a reacción como los Lockheed F-80 Shooting Star y Boeing RB-47 Stratojet, con lo que se abrió las puertas a los actuales drones.
Según la web Russia Beyond, los estadounidenses no fueron los únicos que intentaron utilizar aviones controlados por radio. La Unión Soviética tambien realizó pruebas con los bombarderos pesados Tupolev TB3. Era un aparato obsoleto, pero disponía de muchos ejemplares que podía usarse como una bomba volante teledirigida.
La idea era que los pilotos despegasen el bombardero y, tras conectar el sistema de radio control, saltasen en paracaídas. El primer intento fracasó, pero los siguientes vuelos tuvieron relativo éxito. El Tupolev TB3, que podía cargar 3.500 kilos de explosivo, fue usado en varias ocasiones, pero solo se conoce de una misión exitosa llevada a cabo el 15 de octubre de 1942. La mayor parte de las veces se cortaba, sin razón aparente, la conexión por radio y el aparato se perdía irremediablemente.