El coste humano fue apocalíptico. 250000 personas perdieron la vida a consecuencia de las bombas. El 15 de agosto Japón se rinde y el 2 de septiembre firma la rendición a bordo del acorazado Missouri, en la bahía de Tokio.
El 30 de agosto llegaron a tierra japonesa los primeros 15000 soldados estadounidenses de las fuerzas de ocupación. Les seguirían más durante los siguientes 7 años. La primera misión fue la liberación de los presos de los campos de prisioneros, donde habían sido tratados de manera infame y donde muchos habían perecido. Los japoneses consideraban que la rendición era un deshonor y además no habían firmado la convención de ginebra.
Japón había quedado prácticamente devastado por los bombardeos iniciados 6 meses antes de la rendición. La vida de la población civil eran muy dura. Sus casas de madera habían desaparecido. Tenían que vivir dentro de cuevas, haciendo un agujero en el suelo y cubriéndose con lonas o en pequeñas chabolas construidas con los pocos escombros que estaban a su alcance. Un importante número de personas habían caído en una profunda depresión por la destrucción y la derrota. Habían perdido la voluntad de vivir.
En los primeros meses de ocupación estadounidense 120.000 niños huérfanos vagaban por las calles. De ellos, unos 50.000 no encontraban a sus familias por culpa del caos de la guerra. Tenían que buscarse la vida ellos solos.
La escasez de alimentos era un asunto especialmente grave. Las mujeres hacían larguísimas colas con sus niños a la espalda para poder conseguir un poco de agua o comida. Con las raciones que daba el gobierno japonés era practicante imposible sobrevivir. Para intentar paliar el problema, el gobierno nipón les decía que intentaran aumentar la ingesta de alimentos con ratas o insectos. Si los ocupantes no adoptaban medidas para evitar la hambruna, la mortandad sería muy elevada.
Alimentarlos era algo más que una cuestión humanitaria. El riesgo de revueltas crecía con el hambre. Tras grandes esfuerzos, el general McArthur, logró que parte de los alimentos que estaban almacenados en previsión de una invasión a Japón se distribuyera entre la población nipona.
Otra cuestión a la que se enfrentaban los ocupantes eran las mentes de los japoneses. Las tropas japonesas habían luchado, matado y muerto por su emperador y según el siontoismo, el emperador es un dios.
Hirohíto estaba a la cabeza de la lista de criminales de guerra japoneses y, como tal, debía ser juzgado. Pero McArthur tenía otros planes para el emperador. Hirohíto se mantendría en el trono a condición de que apoyara todas las decisiones del ocupante norteamericano que sirvieran para transformar la sociedad japonesa. De este modo pudo llegar a las mentes y los corazones de los nipones. Si el emperador hubiera sido juzgado, muchos japoneses se habrían suicidado o se habría desatado la violencia en el país.
En octubre de 1945, se ordenó la liberación de miles de presos políticos y la temible Kempeitai fue disuelta, mientras se hacia una purga en el gobierno japonés, colocando en su lugar a japoneses que creían en dar un cambio radical a su país, para darle más estabilidad y prosperidad, con la ayuda de los norteamericanos.
El problema sanitario en Hiroshima y Nagasaki era muy preocupante. A las victimas de las explosiones había que sumar las que sufrieron tremendas quemaduras y las que comenzaban a padecer enfermedades a causa de la radiación. Entre las enfermedades estaba la aparición de unos queloides que producían dolor y picazón, problemas hepáticos o de tiroides y las llamadas Cataratas de Bomba atómica, que producían ceguera por culpa de la radiación. Pero el trabajo de tratar a las victimas recayó prácticamente en exclusividad en los médicos y sanitarios japoneses. Los médicos estadounidenses tan solo se preocupaban de los efectos que la radiación producía en las personas, incluso crearon una comisión para ello, pero no prestaron demasiada atención en cómo curarles.
El 10 de abril de 1946 se celebraron las primeras elecciones libres en la historia japonesa, donde las mujeres pudieron ejercer el derecho al voto y en las que se aprobó masivamente la nueva constitución, que aunque fue redactada por los americanos se ajustaba al pueblo japonés.
A partir de entonces Japón se enfrentó a nuevos retos, como la repatriación de varios millones de japoneses entre los que se encontraban los soldados que se convirtieron en parias, ya que se les consideraban culpables de la derrota y la vergüenza de la nación y no recibieron ninguna pensión del estado hasta casi dos décadas después. Como para la mentalidad nipona la rendición era un deshonor, muchos terminaron suicidándose.
La capacidad de trabajo y honor del pueblo japonés lo llevó a levantarse de la destrucción y la derrota llevándole a ser uno de los países más poderosos del mundo, sin abandonar sus tradiciones. Y de ser un enemigo de Estados Unidos a ser uno de sus mayores aliados en Oriente y el Pacífico.
The American Occupation of Japan: A Retrospective View, de Grant K. Goodman
Geisha of japan
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Office of the Historian
Enciclopaedia Britannica