Se suele decir que en la guerra todo vale y durante la Segunda Guerra Mundial se crearon armas extrañas y se construyeron absurdos artefactos tan peligrosos para el enemigo como para la tropas propias y en muchas ocasiones incluso incumplían las normas más elementales de la física. Una de las armas más absurdas diseñadas durante la guerra fue el Habbakuk, un invento del británico Geoffrey Pyke.
El nombre Habbakuk viene de un profeta bíblico Habacuc que afirmó, refiriendo se a la fe en Dios: "Veréis una obra en la que no creeréis, aunque os lo cuenten".
Pyke tenía la idea de emplear una mezcla de hielo y pulpa de madera inventada por el llamada Pykrete, con el fin de construir portaaviones baratos y fáciles de construir. El Pykrete era un material extraordinario, podía ser trabajado como la madera, era tan duro como el hormigón y aunque tenía un 90% de hielo, tardaba muchísimo tiempo en derretirse. Finalmente se aplicó una formula con un 86% de agua. Según cuentan, Pyke logró ganarse la confianza del primer ministro Winston Churchill realizando un experimento en la bañera del premier británico, cuando este se iba tomar un baño en agua caliente, colocando un buen trozo de su Pykrete dentro de ella y observando como no se derretía. Para crear este bloque y realizar sus primeras pruebas utilizó un almacén de carne de un mercado londinense que disponía de un inmenso almacén frigorífico.
Los planos de Pyke indicaban que el portaaviones Habbakuk debía medir 610 metros de eslora, más del doble que el portaaviones británico Illustrious; 58 metros altura y desplazar un millón ochocientas mil toneladas de agua, una cantidad enorme si la comparamos con el mayor trasatlántico de la época, el Queen Mary, que desplazaba 64.300 toneladas, 28 veces menos que el Habbakuk. Las paredes, de 15 metros de grosor, conformarían un casco que incluiría salas para la tripulación, hangares y espacio para 20 motores eléctricos. El mayor reto al que se enfrentaban era al problema de la flotabilidad, que aunque el hielo flote, debe mantenerse a temperaturas inferiores a los 16º bajo cero para evitar problemas, por lo que se decidió instalar una enorme planta de refrigeración e infinidad de conductos, además de aislar la superficie del casco.
En 1943, se comenzaron a realizar pruebas en el lago Patricia, en Alberta, Canadá; donde una veintena de hombres tardaron dos meses en construir una maqueta a escala, de 18 metros de largo por 9 de ancho y que pesaba 1.100 toneladas que demostró que la tarea de construir el Habbakuk era cada vez más compleja y cara de lo previsto. Los costes se estimaron en cerca de 70 millones de dólares. La fabricación y el ensamblaje de los 28.000 bloques de Pykrete que necesitaba habría empleado a, por lo menos, 8.000 trabajadores y más de ocho meses de trabajo. Sin contar que debería realizarse a temperaturas extremas. El proyecto sufrió varias modificaciones para darle más resistencia a los ataques, más autonomía y más capacidad.
Antes de que se hiciera realidad, la necesidad de portaaviones en el Atlántico descendió y el Habbakuk acabo derritiéndose en las instalaciones del Cuartel Británico de Operaciones Combinadas en el lago Patricia, en cuyas orillas se encuentra una placa conmemorativa que recuerda este absurdo proyecto.
Para saber más:
El Pensante
Cinco Days
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Bible Gateway
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domingo, 31 de diciembre de 2023
domingo, 17 de diciembre de 2023
La Oración de Patton
Esta historia se enmarca en una situación tremendamente difícil durante el penúltimo año de guerra. En los extensos bosques belgas de las Ardenas. En el otoño/invierno de 1944 el frío fue de una intensidad terrible y el mal tiempo era constante, por lo que el frente se quedó estancado. Parecía que el fin de la guerra aún se encontraba demasiado lejos.
Era imperioso que cambiara la climatología para que el cielo volviera a ser de los aliados y poder avanzar y derrotar al enemigo.
El general Patton pidió que le mostrasen alguna oración con la que pedir que el tiempo mejorase y mandó llamar a un capellán castrense. Se presentó el padre James Hugh O´Neill: "¿Tiene una buena oración para el clima? Debemos hacer algo con respecto a estas lluvias sin queremos ganar la guerra".
El capellán, tras buscar con tenacidad entre sus libros de oración y no hallar ninguna que sirviera para sus propósitos decidió que lo mejor era crearla desde cero y se puso manos a la obra mientras caía la lluvia y pensaba en la cada vez más cercana Navidad.
La plegaria decía:
Era imperioso que cambiara la climatología para que el cielo volviera a ser de los aliados y poder avanzar y derrotar al enemigo.
El general Patton pidió que le mostrasen alguna oración con la que pedir que el tiempo mejorase y mandó llamar a un capellán castrense. Se presentó el padre James Hugh O´Neill: "¿Tiene una buena oración para el clima? Debemos hacer algo con respecto a estas lluvias sin queremos ganar la guerra".
El capellán, tras buscar con tenacidad entre sus libros de oración y no hallar ninguna que sirviera para sus propósitos decidió que lo mejor era crearla desde cero y se puso manos a la obra mientras caía la lluvia y pensaba en la cada vez más cercana Navidad.
La plegaria decía:
Dios todopoderoso y Padre misericordioso, humildemente te suplicamos, por tu gran bondad, frenar estas copiosas lluvias con las que hemos tenido que lidiar. Concédenos tiempo para la batalla. Escúchanos amablemente como los soldados que te invocan para que, armados con tu poder, podamos avanzar de victoria en victoria, y aplastar la opresión y la maldad de nuestros enemigos, y establecer la justicia entre los hombres y las naciones. Amén.Patton la leyó, se la devolvió a O´Neill, le ordenó que se encargara de que se imprimieran 250.000 copias y que se asegurase de cada hombre en el 3er Ejército reciba una.
Y al rezo se añadió un mensaje:
El día de Navidad, Patton escribió en su diario: El día de Navidad amaneció despejado y frío; un tiempo magnífico para matar alemanes.
El Capellán O´Neill, contó en 1950:
Fue a finales de enero de 1945 cuando volví a ver al Comandante del Ejército. (...) Se paró directamente frente a mí y sonrió:
A cada oficial y soldado del 3er Ejército de los Estados Unidos, les deseo una feliz Navidad. Tengo plena confianza en su coraje, dedicación al deber y habilidad en la batalla. Marchamos en nuestra fuerza para completar la victoria. Que las bendiciones de Dios descansen sobre cada uno de ustedes en este día de Navidad.
Gs Patton Jr. Teniente General, Comandante, 3er Ejército de los Estados Unidos.El 22 de diciembre los soldados recibieron la oración y al día siguiente el tiempo mejoró durante 6 días en los que la aviación aliada pudo apoyar al 3er Ejército, con lo que rompieron el cerco a Bastogne, donde se encontraba sitiada la 101ª División Aerotransportada.
El día de Navidad, Patton escribió en su diario: El día de Navidad amaneció despejado y frío; un tiempo magnífico para matar alemanes.
El Capellán O´Neill, contó en 1950:
Fue a finales de enero de 1945 cuando volví a ver al Comandante del Ejército. (...) Se paró directamente frente a mí y sonrió:
"Bueno, Padre, nuestras oraciones funcionaron. Sabía que lo harían".
Luego me golpeó en mi casco de acero con su fusta. Esa fue su forma de decir:
"Bien hecho".
Para Saber más:
The Patton Society
Crisis Magazine
Religión en Libertad
Blitzkrieg
Curistoria
Libros y Lanzas
Para Saber más:
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domingo, 3 de diciembre de 2023
El hundimiento del U-175
Ser tripulante de un submarino durante la Segunda Guerra Mundial era uno de los destinos más peligrosos. El terror que provocaban los submarinos entre las tripulaciones de los barcos de superficie era igual al terror de los submarinistas.
Las cifras de la Batalla del Atlántico cuentan la fúnebre historia de los submarinos de la Kriegsmarine (Armada alemana). Alemania perdió a 28..542 de sus 41.300 tripulantes de submarinos, y 753 de los 863 U-boote. La del U-175 es la historia de uno de esos submarinos.
El incidente comenzó cuando el capitán Heinrich Bruns, que buscaba desde la vela barcos aliados a 600 millas a oeste de Inglaterra, en el Atlántico Norte, divisó un convoy que se les aproximaba. A la vez, el U-175 de Bruns fue divisado por la corbeta guardacostas estadounidense Spencer, que estaba a la vanguardia del convoy. El U-175 realizo una rápida inmersión, y durante un buen rato eludió a su perseguidor. Pero junto al Spencer viajaba el convoy HX-233 formado por 38 cargueros y 19 buques cisterna, un blanco irresistible.
El capitán Bruns tomó una decisión arriesgada. El submarino empezó su ascensión desde el fondo del océano en el preciso momento en que el Spencer pasaba justo por encima de ellos y el sonar del guardacostas detectó al submarino.
El comandante Harold S. Berdine, capitán del Spencer, ordenó el lanzamiento de cargas de profundidad. 11 bidones letales, ajustados para que detonaran a profundidades de 15 y 30 metros. Luego, ansioso por hundir al U-175 antes de que llegara el convoy, ordenó el lanzamiento de otras 11 cargas de profundidad. La táctica surtió efecto: las bombas de aire del U-175 y los controles de inmersión resultaron dañados, por lo que Bruns no tuvo más remedio que llevar a su baqueteado submarino a la superficie.
Cuando la torreta del U-175 apareció en la superficie a milla y media del convoy, el Duane, gemelo del Spencer, abrió fuego con sus baterías. Todo acabó en pocos instantes. El capitán Bruns y varios de sus tripulantes murieron en la cubierta del U-175. El resto de la tripulación superviviente saltaron por la borda: mientras esperaban ser rescatados su sumergible se hundió en las oscuras profundidades del Atlántico.
El mar se encontraba tranquilo y las operaciones de rescate de los submarinistas germanos se pudo realizar sin peligro. Los 41 supervivientes fueron vestidos con monos prestados y se les dio de comer y fumar para reconfortarles. Cuando el convoy llegó a Escocia fueron trasladados a un campo de prisioneros en el que permanecieron hasta el final de la guerra.
Finalizado el conflicto el almirante Karl Dönitz afirmó:
Las cifras de la Batalla del Atlántico cuentan la fúnebre historia de los submarinos de la Kriegsmarine (Armada alemana). Alemania perdió a 28..542 de sus 41.300 tripulantes de submarinos, y 753 de los 863 U-boote. La del U-175 es la historia de uno de esos submarinos.
El incidente comenzó cuando el capitán Heinrich Bruns, que buscaba desde la vela barcos aliados a 600 millas a oeste de Inglaterra, en el Atlántico Norte, divisó un convoy que se les aproximaba. A la vez, el U-175 de Bruns fue divisado por la corbeta guardacostas estadounidense Spencer, que estaba a la vanguardia del convoy. El U-175 realizo una rápida inmersión, y durante un buen rato eludió a su perseguidor. Pero junto al Spencer viajaba el convoy HX-233 formado por 38 cargueros y 19 buques cisterna, un blanco irresistible.
El capitán Bruns tomó una decisión arriesgada. El submarino empezó su ascensión desde el fondo del océano en el preciso momento en que el Spencer pasaba justo por encima de ellos y el sonar del guardacostas detectó al submarino.
El comandante Harold S. Berdine, capitán del Spencer, ordenó el lanzamiento de cargas de profundidad. 11 bidones letales, ajustados para que detonaran a profundidades de 15 y 30 metros. Luego, ansioso por hundir al U-175 antes de que llegara el convoy, ordenó el lanzamiento de otras 11 cargas de profundidad. La táctica surtió efecto: las bombas de aire del U-175 y los controles de inmersión resultaron dañados, por lo que Bruns no tuvo más remedio que llevar a su baqueteado submarino a la superficie.
Cuando la torreta del U-175 apareció en la superficie a milla y media del convoy, el Duane, gemelo del Spencer, abrió fuego con sus baterías. Todo acabó en pocos instantes. El capitán Bruns y varios de sus tripulantes murieron en la cubierta del U-175. El resto de la tripulación superviviente saltaron por la borda: mientras esperaban ser rescatados su sumergible se hundió en las oscuras profundidades del Atlántico.
El mar se encontraba tranquilo y las operaciones de rescate de los submarinistas germanos se pudo realizar sin peligro. Los 41 supervivientes fueron vestidos con monos prestados y se les dio de comer y fumar para reconfortarles. Cuando el convoy llegó a Escocia fueron trasladados a un campo de prisioneros en el que permanecieron hasta el final de la guerra.
Finalizado el conflicto el almirante Karl Dönitz afirmó:
La campaña submarina alemana naufragó a causa de la introducción del sistema de convoyes.El típico convoy, como el HX-233, hacía muy difícil que los U-boote pudieran lograr un buen blanco. Los navíos más importantes, los de transporte de tropas, armas y munición o combustible estaban rodeados de otros barcos de transporte de menor importancia, en una formación de cinco en fondo, protegidos por dos destructores y cuatro corbetas.
El U-175, de la clase IXC formó parte de la 10ª flotilla de submarinos y realizó tres patrullas de combate en las que hundió 10 navíos con más de 40.000 toneladas. Fue hundido el 17 de abril de 1943. De su tripulación formada por 54 marinos 13 de ellos perdieron la vida.
Varias fuentes afirman que Gerhardt Muntz era el oficial que estaba al mando del U-175, pero no es cierto. No hubo ningún comandante de U-Boot con ese nombre en la Segunda Guerra Mundial.